No soy muy amigo yo de los premios cinematográficos. Sí que me interesan, en cierta medida, los festivales y las películas que suelen encontrar visibilidad en ellos, pero ni óscares, ni goyas, ni gaudís me parecen que tengan recorrido más allá de lo comercial y del “show” que se monta a su alrededor.
Aun así, un título de estos óscares me ha llamado la atención: “Green book”, de Peter Farrelly. No sé si por las críticas o por Viggo Mortensen, la cuestión es que acabé en la misma sala que un buen número de espectadores de estas últimas semanas (lo mismo me hubiera gustado decir de “Mug”, pero no ha habido esa suerte)
Lo primero que me sorprende de la cinta es el giro que ha dado su director. Peter Farrelly, junto a su hermano Bobby, no solo han perpetrado comedias tipo “Algo pasa con Mary” o “Dos tontos muy tontos”, sino que parecen haber marcado todo un estilo y una tendencia casi generalizada en el género de los últimos años. Sin embargo, la cinta en solitario de Peter no parece tener absolutamente nada que ver con sus producciones anteriores, ni en el tono, ni el estilo, ni en las intenciones y, por supuesto, en el resultado.
“Green book” es, como decía Carlos Boyero en su crítica de El País, una película que ya te sabes, que la has visto antes y que sabes lo que va ocurrir y, sin embargo, es una película que te engancha, que termina interesándote y que funciona.
Y funciona sobre todo por sus personajes, por lo bien construidos que están y por lo bien interpretados. Tony Lip, el protagonista, es (una vez más) una demostración de lo grande que es Viggo Mortensen y de lo bien que sabe aprovechar los detalles a través de los cuales conocemos y disfrutamos de su personaje, un tipo que podría caernos tremendamente mal y con el que acabamos encariñándonos irremediablemente. Lo vemos tapar una boca de alcantarilla, tirar a la basura los vasos que han usado los fontaneros, dar una paliza desmesurada, comer compulsivamente, confundir Orfeo con huérfanos, meterse el dedo en la oreja de la forma más burra posible… Pero también lo vemos ser padre de familia, querer a su manera a su mujer, rechazar una oferta de trabajo poco ética, cumplir su promesa a rajatabla o no mentir jamás. Y Montersen lo adorna sin florituras, con una veracidad total y una aparente sencillez abrumadora. Y nosotros se lo compramos, claro.
El otro personaje, el Don Shiley que interpreta Mahershala Ali, no es tan vistoso como el anterior pero se le ha de reconocer que tiene mayor recorrido y es el que realmente evoluciona en esta agradable road movie. Este músico, virtuoso y negro, que dará una serie de conciertos por la América profunda, arranca en un tono altivo, incluso arrogante, amanerado y con un punto bastante esnob. A lo largo de la cinta, no solo por el contacto con Lip, sino también por los golpes que va recibiendo constantemente, se nos va descubriendo un hombre solitario, perdido entre dos mundos, profundamente decepcionado y muy, muy frágil. Es realmente magnífico ir descubriendo en el personaje la sonrisa, las miradas al exterior, las lágrimas y las diferentes reacciones ante una sociedad absolutamente injusta e intolerante.
Farrelly, por su parte, ofrece una planificación muy efectiva, al servicio de la historia, con algunos toques de gracia muy interesantes. Yo destacaría ese gusto por rematar una escena con el primer plano de la siguiente como hace, por ejemplo, en el momento en que no le permiten probarse un traje y la rabia estalla en el plano de la escena siguiente, cuando está tocando el piano en uno de sus conciertos.
No sé qué premios se llevará (cuando escribo esto aún faltan días para la gala), la verdad es que tampoco me interesa y es que lo importante de una película es que te haga salir satisfecho del cine.