Cuento
Autores: Joan Tornè; Cristóbal Díaz; Martinè; Merche González
En un lugar no muy lejano, había un hermoso pueblecito entre el mar y la montaña alegre y feliz.
Todos sus bulliciosos habitantes llenaban sus vidas y sus calles de actividades diversas. Las prisas y las ilusiones ocupaban sus días.
Así llevaban desde siempre, hasta que un día que el sol brillaba como de costumbre, de repente sus calles se vaciaron de coches y de gentes…
Qué paz se respiraba!. Qué silencio en principio tan agradable y profundo y que preocupante después.
Algo que nunca imaginaron; Un enemigo mortífero e invisible estaba atacando indiscriminadamente (aunque las personas mayores fueran sus víctimas preferidas) y en muy pocos días, la ciudad parecía desierta y abandonada.
La gente no sabía lo frágiles que eran, hasta ese día en que tuvieron que quedarse encerrados en sus casas debido a ese bichito malo y puñetero que iba a cambiar totalmente la vida de este pueblecito tan lindo y acogedor. Y también la vida del planeta entero.
De un día para otro, sin estar preparados, algo que llamaron pandemia, cayó encima como un jarro de agua fría sin poder reaccionar ni actuar para frenar ese maldito virus que llamaban “coronavirus” y que en pleno siglo XXI se iba expandir sin pausa y sin piedad.
La ciudad al igual que todas las demás, declaró la guerra al virus; las gentes en sus casas procuraban pasar la cuarentena comunicándose con sus familias y amigos por WhatsApp. (Nunca habías estado tan activas las RRSS como entonces).
Cada tarde, a las 20 h, las gentes salían a los balcones de sus casas, a aplaudir en agradecimiento a las personas que, sin descanso, estaban librando la batalla de ese mortífero enemigo..
Estos eran los trabajadores de la Sanidad pública, de los comercios de alimentación, de farmacias, policías y transporte.
Pero, ¿Cómo reacciono la gente encerrada en su domicilio?. De diversas formas. Algunos mirando la TV: noticias, concursos…desde la mañana hasta medianoche. Otros leyendo aquellos libros que siempre habían esperado leer pero que nunca encontraban el momento. Algunos revisando archivos y cajones y eliminando todo aquello que, tiempos ha, creían imprescindible guardar y ahora no les servía de nada.
Cada uno a su manera necesitaba pasar el tiempo de forma provechosa.
Hubo alguno que decidió pensar en sí mismo y repasar los recuerdos de su vida, evocando a sus amigos, a todos, incluso a aquellos de los que ya no recordaba el nombre pero los añoraba. Recordando a sus amigos de antes, de ahora y de siempre. A los que veía cada día y a los que veía muy de tarde en tarde. A los de las horas alegres y sobre todo, a los de las horas difíciles, porque la amistad es sensacional en los buenos momentos e imprescindible en los malos. A los amigos importantes y a los sencillos. A los que seguiría viendo y a los que no vería más porque nos habían dejado. A todos los que habían pasado por su vida. A aquellos que habían escrito sus faltas en la arena de la playa para que las olas se las llevasen y aunque así y todo, seguían siendo sus amigos. A aquellos que habían escrito la amistad sobre granito para que ninguna tormenta se la pudiera llevar.
Y uno pensaba: “Cuando he triunfado he tenido muchos amigos, cuando he fracasado he tenido buenos amigos.
Son como un cometa en el cielo. Cuando hay nubes no lo ves, pero siempre está”. Y añadía agradecido a los amigos :gracias por todos los momentos que hemos compartido llenos de sueños, anhelos, de secretos, de sonrisas, risas y lágrimas, pero principalmente, AMISTAD”.
Alguno, quizás, decidió visitar un museo. ¿Un museo? ¿Qué museo?. Pues su propio museo.
¿Dónde estaba ubicado su propio museo?
-En su cerebro-
¿Os imagináis la cantidad de piezas que tiene “nuestro museo”?.
Piezas antiguas y modernas. Piezas de gran valor. Son “nuestros” recuerdos. Y todos y cada uno de nosotros tiene un museo diferente. Cada etapa de “nuestra” vida tiene su sala.
La Primera, la de la niñez. En esta sala todas las piezas son antiguas y muchas de ellas difuminadas y, a veces, no sabemos si son nuestras. Son piezas en blanco y negro.
La Segunda, la de la pubertad y la juventud. Piezas con las ilusiones de futuro, piezas con los primeros amigos con quienes hacíamos el “descubrimiento” de la vida explicándonos lo que no sabíamos pero que intuíamos.
La Tercera, la más larga, la de las piezas de la vida laboral. Piezas grabadas con las inquietudes que cambiaron el rumbo de la vida de cada uno, pero que vistas con la distancia de los años se ve o no su acierto. En esta tercera etapa también estan las piezas de la vida familiar. Piezas que recuerdan los hijos en edad infantil, su aprendizaje de la vida, su “vuelo” fuera del nido familiar.
La Cuarta, la de la vejez, mirando más al pasado que al futuro.
También hay un anexo donde se guardan las piezas de los padres. Vida muy dura para ellos, tiempos muy difíciles para ellos. Las piezas de este museo son los recuerdos y los recuerdos son la base de la experiencia, experiencia que impide, a veces, caer en los mismos errores y que animan a seguir adelante. Un paseo por las salas sirve para encontrar recuerdos de personas queridas. Y aprovechar el paseo para quemar los recuerdos de envidias, traiciones, mentiras y maldades y quedarse con los recuerdos de gente maravillosa, de buenos momentos, de buenos amigos. Y repetir este paseo en otros momentos en que las personas hayan olvidado la pandemia del Coronavirus.
Sí. Realmente este virus nos estaba cambiando la vida por completo, y nos estaba permitiendo valorar un poco más lo que teníamos, lo que habíamos tenido y lo valiosa que es la vida cuando se tiene salud. Cuan importante era sentirnos cerca y demostrarnos el amor. La importancia de la ciencia sobre los intereses económicos.
Todo se detuvo. Solo la primavera seguía su curso y la naturaleza brotaba con toda la fuerza de que es capaz cuando nada se lo impide.
Quizás la humanidad necesitaba una sacudida que los despertara del letargo automático en que vivían.
Mientras, a nivel humano, a su alrededor, miraban y estaban maravillados por todas las formas de solidaridad, de cariño y de deseo de SER MAS PERSONA, sin rango ni categoría, sin soberbia, sin obligaciones por intereses económicos, sino, solo por ayudar y amor a los demás.
Y llegaban a la conclusión de que dar un poco de ti, de tu tiempo para ayudar a todos a vivir con más harmonía y más humanidad es lo que les estaba haciendo entender esa pandemia.
Y alguno pensaba que cuando este mal sueño fuera pasando y que la vida cotidiana volviera poco a poco a su rutina y su normalidad, estaba segura que TODOS habrían cambiado un poco y valorarían más lo que es poder levantarse cada día para ir a trabajar, ocuparse de los suyos, salir a pasear, ir a tomar algo en una terraza, socializarse.
Después de esta vivencia tan peculiar, de haber pasado ratos alegres, tristes, activos, pasivos, de introversión, de extroversión , de negrura o de agotamiento, la gente de este pueblecito, había tenido una vivencia desconocida por sus generaciones más próximas, que haría cambiar el refranero futuro, y que daría a su vida un antes y un después.
Muchos llegaron a volver a imprimir en su corazón lo que ya sabían, pero que guardaban en su inconsciente quizá ensombrecido por los placeres de la vida fácil. “Que la VIDA es un tesoro que solo aprendemos a valorar cuando perdemos salud, libertad, movilidad, seguridad, seres queridos, amistades, etc.”