Vuelvo a recibir el mensaje mensual de Lidia, directora de La Voz, con la fecha del cierre para que envíe mi artículo mensual y, por un instante, parece que la normalidad ha vuelto. Pero “va a ser que no”, y aquí me veo intentando escribir algo coherente en medio de esta locura del confinamiento. Y cuando utilizo el sustantivo “locura”, sé de lo que hablo, bueno…, mejor…, de lo que escribo. La mayoría de los lectores y lectoras ya saben que soy psicóloga clínica y sexóloga, así que algo de autoridad tengo en el tema. Pero resulta que a pesar de tener conocimiento de lo que pasa, no estás exenta de que te pase… Me explico: resulta que uno de los efectos del confinamiento es el aumento de los sueños o pesadillas, que depende de si podemos catalogarlas de positivas o neutras o bien negativas. Y ahí estoy: de día controlando tanto como puedo e intentando ser lo más profesional posible con mis pacientes en el centro de salud, una buena pareja y madre confinada en mi casa y amiga de mis amigas por teléfono o mensajería…, pero al llegar la noche, la ansiedad hace su aparición y levanta el telón para comenzar mi teatrillo nocturno cerebral.
Durante estas últimas semanas he tenido sueños buenos, malos y regulares. He mezclado a conocidos de mis épocas pasadas con pacientes actuales. Se me han aparecido exparejas y examantes. He sido perseguida cual Tom Cruise en cualquiera de las franquicias de Misión Imposible, por malos muy malos, vestidos con traje, por monstruos con cara humana y otras veces por bichos viscosos. En algunas ocasiones, al despertar de repente, no recuerdo la secuencia, pero mi corazón desbocado y el gusto metálico en mi boca me indican que mis neuronas han pasado un mal rato. También he rememorado algunas situaciones vitales divertidas, aunque con alguna nota disonante porque hasta me ha parecido oírme a mí misma indicándome que determinado trozo estaba mal encajado en el puzle de la ensoñación de esa noche. Reconozco, con cierto pudor, que me he llevado algún que otro orgasmo de regalo, aunque no explicaré con quién… Y así las mezclas son infinitas en más de 40 noches y algunas que otras siestas de sofá.
Por mi profesión sé que no debo preocuparme por ello, que son un mecanismo natural de mi mente para lidiar con la incertidumbre y el estrés provocado por esta extraña situación. Y como soy muy práctica, he conseguido sacarle partido preguntando a mis pacientes y también a mis conocidos para que normalicen el fenómeno. Porque sé por experiencia que muchas personas omiten hablar de según qué fenómenos que les ocurren por miedo a parecer raras o incluso trastornadas y sufren en silencio, como en el anuncio. Incluso las animo a escribirlas en un cuaderno, que bautizamos como “la libreta de sueños” si les agobian demasiado para darles un final adaptado o feliz y, a poder ser, con un toque de humor.
Desde hace unos días, me receto, justo antes dormir, una fantasía divertida, emocional, erótica o sexual para facilitarme dulces sueños y no me funciona todas las noches, pero estoy convencida de que estas anomalías nocturnas cesarán más pronto que tarde y se convertirán tan solo una anécdota más de estos días de encierro preventivo.