El jueves, 14 de mayo de 2020, tenía que haber estado en Jaén presentando mi nuevo poemario Mil grullas de origami de la editorial El Bardo, dedicado a Takumi, mi nieto japonés que acapara epítetos: guapo, rubio, simpático, ojazos, Down…
Tokiota de Mitaka-shi:
Takumi es un buscador / de sonrisas, / la vibración de un taiko, / porque estamos de fiesta, / porque se deshace la distancia / en su casa de ciprés y abeto. // Una grulla / que atraviesa la noche, / ¡qué buen augurio! // Hace muy poco fue ayer / y ahora estamos sucediendo / bajo el cielo de Mitaka.
Para este acto habíamos concertado con la familia dispersa por todos los rincones de España acudir a Jaén, nuestra ciudad de infancia, «Jaén, levántate brava», para vernos, abrazarnos y comprobar que estamos en el camino, aunque solo sea para contradecir a COVID-19.
El evento estaba previsto a las siete de la tarde en el Salón Mudéjar del que fue palacio del Condestable de Castilla Don Miguel Lucas de Iranzo, en ese Jaén de tanta historia y tan injustamente olvidado.
De los preparativos y presentación del libro se iba a ocupar mi amiga Rocío Biedma. Rocío es de esa clase de amistades de la que nunca oirás un «no» en su boca cuando la necesitas, aunque se encuentre mal porque tiene un salud quebradiza.
Esta mañana he salido a pasear por el campo en la franja horaria que nos ha asignado la autoridad competente, por supuesto. El campo, no hace falta decirlo, pero lo digo, está espectacular «como un jardín», me decía un amigo naturista.
Ha llovido dadivosamente estos últimos días y la naturaleza ha tomado el mando sin la injerencia directa de la especie invasora.
Inesperadamente, durante mi paseo, ha vuelto a llover, pero no he sacado el chubasquero que siempre llevo en la mochila. Ha arreciado y he dejado que me empape, incluso me he quitado la gorra que suelo llevar puesta para que la lluvia caiga sobre mi cabeza. Apenas veía con las gafas llenas de gotas. De pronto, he sentido un desfase temporal. Estoy con mis primos Juanito y Sérvulo por las calles de la Magdalena. Bajamos del castillo y comienza a llover con ganas. Nos empapamos, pero eso no nos importa. Gritamos y nos retamos a ver quién baja primero las empinadas y escurridizas calles del barrio. Corremos y reímos desaforadamente.
Ha pasado una vida y voy camino de Castelldefels.
Jaén, «no vayas a ser esclava», está siempre conmigo.