Una gran lección de ECONOMÍA SISTÉMICA

En estos momentos, la mayoría llevamos más de cien días en los que hemos cambiado drásticamente las rutinas que teníamos. Nunca hubiésemos pensado que se podía cambiar tanto en tan poco tiempo.
Desde el primer momento se priorizó solucionar la inimaginable emergencia sanitaria que hemos sufrido y que desgraciadamente se ha llevado a tanta gente, superando cualquier película de ficción. Por suerte, aquí se antepuso la crisis sanitaria a la económica, que se paralizó y ahora le toca.
Durante estos meses hemos aprendido mucho de economía. Lo más importante es que todos somos parte de una unidad económica global. Es una rueda; si nadie puede ir a trabajar, las empresas no producen; si nadie puede ir a comprar baja la demanda de productos; si las empresas dejan de necesitar a sus trabajadores y además, no facturan, no les pueden pagar e incrementan los despidos, los expedientes de regulación de empleo, en consecuencia se cobra menos y ante la incertidumbre, baja el consumo menos los bienes básicos. Por lo tanto, se contrae la demanda y la oferta de productos y servicios. Aprendimos en la práctica que sin producción ni empleo la economía se desacelera, se vuelve inestable, débil y acaba afectando a todos.

Por otro lado, están los agentes públicos; gobiernos, instituciones y bancos centrales que también son parte importante de esta economía sistémica porque pueden potenciar políticas de estímulo o dejar que el mercado actúe. Tienen claro que han de evitar el cierre de empresas porque son los generadores de empleo.

Se sabe que ésta será una crisis totalmente diferente a la del 2008, que tuvo su causa en un deshonesto sistema financiero. Ahora, aunque el detonante de la crisis ha sido una terrible pandemia de difícil control, es más compleja porque es la suma de multitud de conflictos que veníamos sufriendo como la lucha por el nuevo orden geopolítico mundial, guerra comercial sin tregua, posicionamiento en la revolución tecnológica, deterioro ambiental pronunciado que está provocando un cambio climático, crecimiento de la pobreza, precarización del empleo, incremento de populismos prometedores y en definitiva, un sinfín de problemáticas que nos llevarían a la autodestrucción. Curiosamente, los fatuos lo siguen negando.
De todas formas, el parón ha sido tan grande y excepcional que en pocas semanas se están trabajando a marchas forzadas en proponer soluciones, por lo menos para el corto plazo. Desde las instituciones europeas parece ser que existe una clara intención de ayudar a través de iniciativas solidarias, fondos de reconstrucción y ayudas directas a través de transferencias y préstamos. A pesar de que aún no se han puesto de acuerdo cómo se van financiar todos saben que detrás hay una cuestión de base; peligra la génesis y fundamentos del proyecto europeo.
Hemos aprendido una gran lección; le economía es sistémica y se ha de entender desde una configuración holística más que individualista. Todos los factores económicos están estrechamente ligados y, por lo tanto, todos somos parte de ésta. No se salva nadie. Nuestro sistema es mucho más vulnerable de lo que pensamos y hacerlo sostenible pasa por innovaciones radicales. Se ha creado una consciencia de economía sistémica que, más allá de la retórica, espero sea el principio de grandes transformaciones, ojalá paulatinas.