La Segunda Guerra mundial y el nazismo han sido y son temas recurrentes en la producción cinematográfica, tanto en Estados Unidos, como en Europa. Una tendencia que, lejos de desparecer, se ha ido renovando a base de variaciones en el tema y de nuevas perspectivas en los planteamientos. Tras las grandes producciones bélicas con las que Hollywood inundó el mundo y su visión de los hechos en la segunda mitad del siglo XX, llegarían filmes de marcado carácter antibélico que tomaron como marco tanto las dos guerras mundiales como la de Vietman y, en los últimos años, los conflictos de Irán y Afganistán. Después, y especialmente a partir de las producciones de Spielberg “Salvar al soldado Ryan” y “La lista de Schlinder”, el enfoque pasó a ser mucho más naturalista, más cercano al documento y, pretendidamente, más objetivo. En este sentido resulta significativo el film de David Ayer “Corazones de acero” (“Fury”, 2014) que en cierto modo recuperaba el cine bélico de los 60/70 cargándolo de un realismo abrumador y la cara de Brad Pitt.
Con la llegada del nuevo siglo, y con permiso de “La vida es bella” de Roberto Benigni (1997), llegan también nuevas visiones de la guerra y del Holocausto que pretenden rebelar hechos que pasaron o nuevas miradas sobre los ya conocidos. Se me ocurren dos ejemplos: “Perros de presa”, film polaco de Adrian Panek (2018) sobre un grupo de chavales liberados de un campo de concentración y enfrentados en solitario a la nada y a una jauría de perros salvajes; y “El hijo de Saúl”, producción húngara dirigida por Laszlo Nemes en 2015 que nos mostraba el interior de un campo con una cámara eternamente pegada a la nuca de un ‘Sonderkommando’ empeñado en enterrar a un chaval asesinado.
Y estos días la cartelera viene a demostrarnos que el tema sigue candente y que todavía hay interés en producir películas que aporten otras miradas al conflicto:
Al escribir estas líneas se estrena “Las hijas del Reich” (“Six Minutes to Midnight”, Andy Goddard, 2020), una producción inglesa ambientada en un colegio anglo-alemán en los días anteriores a la declaración de guerra de Inglaterra a Hitler. El film (lo delata su título original) pretende ofrecerse en clave de cine de espionaje, intentando poner la atención en la educación y valores del tercer Reich. La película hace un verdadero esfuerzo de ambientación y tiene algunos momentos sugerentes que enseguida se desmoronan y dejan una cinta tirando a torpe, que desaprovecha el potencial de su planteamiento y que se pierde al no querer entrar ni en fisuras ni en ambigüedades; finalmente, los malos y los buenos de siempre se hacen cargo de una función que pretende bastante más de lo que consigue.
En breve se estrenará “El año que dejamos de jugar” (Caroline Link, 2020), una película alemana basada en la novela infantil-juvenil “Cuando Hitler robó el conejo rosa” (Judith Kerr, 1971). Aquí la historia se centra en una niña que sale de Alemania cuando Hitler gana las elecciones, ya que su padre es un famoso escritor abiertamente antinazi. La cinta es el periplo de esta familia por la Suiza neutral y el París de preguerra. El nazismo queda en un segundo plano, como amenaza que queda en el país de origen y toma protagonismo el proceso de aprendizaje y adaptación de esta niña en sus nuevos ambientes. La película alza el vuelo un pelín por encima de la novela original pero no logra desprenderse de ese halo de narración para gente muy joven del libro. Eso sí, se ve con agrado.
Y terminaré con la que yo creo es la mejor opción: “Jojo Rabbit” (Taika Waititi, 2019), película neozelandesa que puede verse Movistar+ y Amazon Prime. La historia de un niño que tiene como amigo imaginario a Hitler y que descubrirá, desde su perspectiva infantil, la propaganda y los sinsentidos del régimen. Una película luminosa y de gran colorido (con una excelente Scarlett Johansson como madre de la criatura) capaz de transportarte a la más absurda de las situaciones sin perder veracidad. Realmente disfrutable.