Vacunas para la vida

“Si quieres salvar a tu hijo
de la polio puedes rezar
o puedes vacunarlo…
Aplica la ciencia”.
Carl Sagan

Reconozco que durante mi infancia le tuve más miedo a la polio que al hombre del saco. En la consulta del pediatra, coincidí bastantes veces con niños y niñas, algo mayores que yo, con unas piernas muy delgadas y sin fuerza que les dificultaban caminar correctamente. Algunos se ayudaban de bastones, férulas o incluso había una niña que iba en silla de ruedas. Ante mis preguntas –fui una niña muy preguntona-, mi madre me explicó que esos niños tenían esas secuelas por haber contraído la poliomielitis, una terrible enfermedad que comenzó a erradicarse en los países occidentales gracias a una vacuna. Aunque mi madre me aseguró que yo estaba vacunada porque iba a un pediatra privado, no me pude quitar de la cabeza, durante mucho tiempo, la idea de quedarme sin caminar por un maldito virus y compadecía a esos niños cuyas familias no podían pagar una vacuna o no creyeron importante inmunizarlos. Tiempo después supe que el franquismo condenó a muchos de esos niños por silenciar la enfermedad y no facilitar la vacuna de manera masiva hasta diez años después de su descubrimiento.
Algo parecido me pasó con la vacuna de la rubéola, cuando realizando las prácticas en un centro de personas con discapacidad, conocí bastantes casos de adolescentes con el síndrome de rubéola congénita porque sus madres no habían sido vacunadas durante la adolescencia y habían contraído la enfermedad durante el embarazo.
Imagino que conocer de un manera tan directa las secuelas de la “no vacunación” hicieron mella en mí y por ello soy una firme defensora de las vacunas y me sorprende que incluso algunos sanitarios se posicionen en contra, cuando la inmunización evita en el mundo más de 6 millones de muertes al año y previene de múltiples problemas de salud, producto de las secuelas de esas enfermedades virales.
Imagino que en una época de tanto negacionista inculto y tantas noticias falsas vía WhatsApp, resulta muy fácil que calen los mitos que existen alrededor de las vacunas y que no tienen ningún rigor científico. Pero basta recoger unos cuantos datos de oenegés fiables como la OMS u otras organizaciones científicas, refutando esas ideas. Y siendo muy sucinta:
Las vacunas NO provocan autismo, NO debilitan el sistema inmunitario, NO provocan alergias, NO llevan otros componentes dañinos para nuestra salud…

Sin las vacunas, la humanidad entera quedaría indefensa ante los múltiples virus que existen e incluso podrían llegar a resucitar enfermedades que se consideran ya controladas. Quizás muchas personas necesitan inocularse en vena determinados conocimientos científicos, antes de comentar y expandir tantas tonterías por las redes sociales.