Saldremos peores

Lo siento pero no saldremos mejores. Desde el inicio de la pandemia una etiqueta se popularizó en nuestras redes sociales, el #SaldremosMejores. Ha pasado más de medio año largo de aquello, casi nueve meses, una primavera, un verano, un otoño y casi un inicio de invierno. Y no. Creo que no saldremos mejores. Saldremos peores porque una sociedad no puede asimilar de buena manera tantos miles de muertos, víctimas de una infección gravemente contagiosa, sin tratamiento posible, que ha condenado a morir en soledad, sin afecto ni dignidad, a esos enfermos. Muchos de ellos, ancianos que han visto borrada su existencia de un plumazo, en una solitaria habitación de una residencia sin medios materiales ni humanos para atenderles en ese último suspiro de vida.
Saldremos peores porque en el camino muchas otras personas se nos están quedando atrás. No hay crisis sin bolsas de marginalidad. Y la pandemia está arrasando con el tejido comercial de la sociedad. Y el tsunami tampoco perdona a los más frágiles, a los más vulnerables en la cadena de la fuerza productiva de un sistema fallido. Los miles de pequeños negocios que desaparecen y los miles de nuevos parados tampoco nos harán mejores como sociedad.
Saldremos peores porque la salud mental de la población se está viendo afectada por el cambio de paradigma. Nuestra vida se sustenta en la interacción social, en el intercambio, en la proximidad, en la necesidad de celebrar nuestras alegrías y de llorar nuestras penas en comunidad, entre amigos, con la familia. Los abrazos, los besos, las risas perdidas, en muchos casos para siempre, no nos harán mejores.
La distancia social, la obsesión por la asepsia, la desconfianza hacia el otro, las calles vacías por el toque de queda, el silencio atronador de las ciudades confinadas, la guerra política del “y tú más”. Nada de eso nos hará mejores. Sobreviviremos. Lo superaremos pero nos quedarán las cicatrices, las heridas del año 2020, que jamás olvidaremos. Ah, y nos quedará Fernando Simón, y su entereza, su fortaleza para hacer frente a una crisis de Estado como pocas. Él, su diminuta humanidad, tan frágil y vulnerable, tan de carne y hueso, tan de verdad, con sus errores y sus imperfecciones; tratando de contarnos cada día cómo taponar una herida inabarcable; hilvanando un discurso como si detrás de esos datos diarios hubiera un plan; queriendo transmitir desde la ciencia una cierta imagen de solvencia y veracidad. Pero hasta eso lo vamos a destruir. La crítica feroz y destructiva a Fernando Simón, despiadada e implacable en muchos casos, cada vez es más frecuente. Y eso tampoco nos hará mejores.