Tengo dos plataformas de cine sin haberlas buscado: Movistar Plus que me llegó con mi contrato de fusión y Prime Vídeo, por el pago anual de la cuota prime de Amazon.
Hago poco uso de ambas, porque generalmente no me interesa el cine que ofertan. A veces algún documental, alguna película o serie escondida en sus profundidades, me reconcilian con ellas.
La otra noche fue uno de esos días. Estuve curioseando y pronto abandoné Movistar, ya que esta plataforma, debido al contrato que tengo, a la mínima quiere hacerte pagar aparte alguna proyección que te pueda interesar. Si te niegas, te remite a una especie de mercadillo donde proliferan lo que en mi tiempo decíamos “americanadas”.
Después fui a Prime Vídeo y entre mil títulos poco atractivos, me llamó la atención una película libanesa titulada “El insulto”. Ya de por sí es raro encontrar una película de ese país y al leer la sinopsis probé con esperanzas de ver algo potable.
“El insulto” parte de algo tan sencillo como es una pequeña discusión entre dos personas llamemos “normales”. La cosa hubiera quedado ahí, pero estamos en el Líbano y los protagonistas son un cristiano libanés y un palestino. Y lo que tenía que ser un incidente sin importancia, acaba en manos de la justicia y el conflicto toma una dimensión desmesurada.
Ziad Doueri, el director, toma un caso aparentemente insignificante, para mostrarnos la intrincada mezcla étnica y religiosa que existe en ese país, agudizada por rencores y heridas mal curadas que han ido dejando las sucesivas guerras y matanzas sin sentido.
Esa primigenia discusión, donde se insulta, se convertirá en una lucha donde intervienen abogados oportunistas, políticos extremistas, el poder mediático y grupos religiosos que llevan, a su pesar, a nuestros protagonistas a situaciones límite que ellos no pensaban, donde peligra su propia seguridad y la de su familia.
La parábola de Ziad Doueiri nos enseña qué fácil es prender la mecha del odio y enfrentar a la gente. Para ello recurre a una historia que todos hemos presenciado alguna vez en nuestra vida y con imágenes sencillas enseña la fractura social del Líbano. A veces, la historia se hace evidente y como espectador te adelantas a la narración. Narración por otro lado necesariamente equidistante ya que él vive allí. Con énfasis critica la obstinación masculina donde el orgullo mal entendido y la testosterona mandan, en contrapartida están las mujeres, mucho más indulgentes y posibilistas, donde para ellas prima la estabilidad y el deseo de estar en un ambiente mínimamente civilizado para todos.
¿Película redonda? Tal vez no lo sea, pero sí mucho mejor que la media insustancial que nos circunda y es evidente que emociona y nos debería hacer meditar.
¿Estamos a salvo de esos planteamientos en nuestra sociedad? ¿Es posible que aquí vuelvan las atrocidades en otra guerra civil? Si miramos nuestra historia, de la que hemos aprendido poco, y las circunstancias de crispación actual, al menos, deberíamos meditar.
Terminé de ver el film de madrugada y recordé unos versos de mi nuevo poemario dedicado a una niña que sobrevivió al horror de la bomba atómica en Hiroshima, la cual murió de leucemia diez años después a consecuencia de la radiación. Tenía doce años cuando falleció. En ellos he querido expresar que de poco vale mirar hacia otro lado cuando masacran a un ser humano. Tarde o temprano la sangre nos salpica.
«[…] La memoria de mis muertos
y los tuyos,
que también son míos.