Cine de pueblo

Yo nací, y me crié, en un pueblo de poco más de dos mil habitantes que todavía conserva su cine y una programación más o menos regular. No creo que haya muchos lugares de los que se pueda decir lo mismo, especialmente si tienen menos de cinco mil habitantes.

La sala se llama Cine Lux y ha sobrevivido a todas las crisis del medio por varias razones: una de ellas es que era un cine de titularidad parroquial, lo que lo alejó de la caída en picado que supuso para muchas salas engancharse al pase de películas “S” en los años 80 tras el boom de las cintas de vídeo, los videoclubs de alquiler de películas y la consiguiente entrada de las películas en los hogares y bajo demanda, como se diría ahora. Otra razón: la programación y la gestión económica corría a cargo de una junta de vecinos, elegida democráticamente y que decidía, incluso, en temas de censura; los cargos eran rotatorios y electos y participaban, cómo no, los hombres (mi padre llegó a ser el presidente de la junta durante algunos años). En los buenos tiempos había cinefórum los miércoles, sesiones para mayores viernes, sábado y domingo y sesión infantil el domingo a las tres. En una semana podían proyectarse tres o cuatro películas diferentes y las sesiones acostumbraban a estar llenas, especialmente los domingos. Teniendo en cuenta que debe de tener un aforo de unas 400 butacas, la afluencia era considerable. Una de las imágenes más nítidas que recuerdo de mi infancia es el aluvión de gente que ocupaba la calle que unía el cine con la plaza y la expresión “ya salen del cine”; si yo hubiera realizado “Cinema Paradiso”, ese plano no hubiera faltado.
Lo que se mimaba mucho era la sesión infantil de los domingos. Don Nicolás, el párroco, siempre decía que los críos eran los espectadores de mañana y que había que cuidarlos sin miramientos. De esta manera, había facilidades para las familias numerosas, una selección de películas y entradas asequibles a cualquier bolsillo. Que te castigaran sin poder entrar era uno de los peores castigos que había, y lograr entrar en las sesiones de los mayores uno de los mayores retos para los críos que no habíamos cumplido los 16. Lo que no hubo nunca fue sesión doble, supongo que no hizo falta ofrecer dos pelis al precio de una para atraer al público y no creo que hubiera cabido en una cartelera ocupada ya con sesiones independientes de tarde y noche.
Actualmente, el Cine Lux depende del Ayuntamiento y es gestionado (o lo era hasta hace poco) por la asociación de padres del colegio. Hasta el confinamiento tenía una sesión de domingo y se sigue utilizando como sala de teatro, de conciertos, de asamblea o reuniones y para todas aquellas actividades que el pueblo requiera.

Viene todo esto a cuento por la situación actual del cine Metropol, una sala que bien podría haber tenido un enfoque similar al cine de mi infancia (salvando las distancias, claro está). El Metropol podría haberse convertido en ese cine de pueblo gestionado de manera popular (el Ayuntamiento, asociaciones de vecinos, grupos de amigos de…) y utilizado para actividades diversas: cine comercial, sesiones de jornadas, actuaciones musicales y de teatro de pequeño formato, proyección de producciones locales, uso por parte de los colegios y las asociaciones…, en fin, un proyecto global de cultura popular. Claro que para eso se necesita una inversión considerable tanto económica, como humana, como de proyectos y no parece que sea ni el momento ni el lugar más propicio para ello.

Al escribir estas líneas, el Ayuntamiento ha aprobado una moción (con los votos a favor de Movem-ECP, en contra de Cs y la abstención del resto) para retomar las negociaciones con los responsables del cine y convertirlo en un nuevo equipamiento cultural del barrio y de la ciudad. Pero tal y como están las cosas, a la propuesta no se le ve apenas futuro, y será una verdadera pena pero me temo que nos vamos a quedar sin cine de pueblo.