Que al personal se le vaya la olla puede tomar mil y una maneras y puede tener otras tantas causas. Y que el cine las tome como argumento es una práctica habitual y antigua: desde las pérdidas de memoria y demencias derivadas del alzhéimer y otras afecciones, hasta los impulsos más sádicos y asesinos de psicópatas y otras mentes perturbadas, pasando por diferentes viajes a la locura y al desvarío fruto de los traumas, las drogas o los fanatismos. Y en la cartelera de este recién iniciado año, tres ejemplos.
La demencia y el alzhéimer casi se podría considerar un subgénero; a obras tan impecables como “Nebraska” (Alexander Payne, 2013), “Amor” (Michael Haneke, 2012) o “Arrugas” (Ignacio Ferreras, 2011), habría que sumarle la que seguramente ha sido el título de estas navidades: “El padre” (“The father” Florian Zeller, 2020). La película está basada en la obra de teatro del propio director y, aunque su estructura es muy teatral (muy pocos escenarios, interiores, la palabra como base…) es un producto plenamente cinematográfico que tiene en su montaje una de sus principales cualidades. Otro gran acierto son sus actores: un Anthony Hopkins absolutamente soberbio, que ya huele a óscar, y una Olivia Colman deliciosa, que mantiene el tipo y el personaje con maestría y sutileza. Pero el gran acierto del film es el punto de vista que adopta: sin explicaciones innecesarias, el espectador se ve inmerso en el mundo que percibe el protagonista, un mundo desordenado, confundido y desconcertante. Zeller nos ofrece la realidad que el personaje percibe a base de hechos y escenas que parecen contradecirse y que provocan en el espectador el desconcierto de no saber qué es realidad y qué recuerdo equivocado. Es por eso por lo que el montaje, la relación entre escenas y la continuidad de tiempos, personajes y situaciones se hace tan fundamental y consiguen la magia del desconcierto. Indudablemente, una película excelente que hay que añadir a las obras excelentes citadas arriba.
De los fanatismos también hay una larga lista de títulos, y el religioso es uno de los importantes: “El joven Ahmed” (Jean-Pierre Dardenne, Luc Dardenne, 2019), “Camino” (Javier Fesser, 3008), “Temblores” (Jayro Bustamante, 2019) o la clásica “Carrie” (Brian de Palma, 1976) son solo algunos de los ejemplos que nos vienen a la memoria. En esta línea se ha estrenado recientemente “Saint Maud”, la ópera prima de Rose Glass que nos cuenta la historia de una enfermera que se hace cargo de los cuidados de una bailarina y coreógrafa enferma de cáncer. La devoción de la protagonista, su fe, su experiencia de Dios y la supuesta misión que cree que se le ha encomendado, serán el cóctel que lleve a la pérdida de la razón y a la creación de un mundo tan equivocado como peligroso. El atractivo de la película reside en la forma que Glass tiene de plantearnos el problema: sin estridencias, casi en voz baja, sin abandonar del todo el mundo real pero con ráfagas de ese espacio “metafísico” creado por la protagonista. La cámara acompaña a Maud desde una distancia moderada, con cierta asepsia, sin juzgarla o demonizarla; y, al final, consigue que el retrato del personaje prevalezca sobre el empaque de sus acciones. Una película que juega al terror y se mantiene en un elegante delirio.
Y terminaremos con una ida de olla total, la que protagoniza Russell Crowe en “Salvaje”. Dirigida por Derrick Borte (si no les suena tampoco pasa nada), podría haber sido una actualización de “Día de furia” (Joel Schumacher, 1973) pero aquí el protagonista no es el tipo normal que explotaba un mal día y que tenía la cara de Michael Douglas, sino un psicópata que la hace bien gorda ya en la primera escena. Un claxon en un semáforo y una persecución a muerte que nada nos dice de los personajes ni de sus contextos. O sea, una película para quienes no necesitan justificar la violencia en la pantalla ni que el guion tenga un mínimo de consistencia y contenido. He de confesar que la película me dejó indiferente muy a pesar de las persecuciones, las agresiones y el tono cercano al gore. Hay quien ha querido encontrar parecidos con “El diablo sobre ruedas” (Steven Spielberg, 1971) pero simplemente citarlas juntas ya me parece excesivo. De todos modos, para gustos, los colores.