Palabras mayores

Acabé de leerme hace unos días el ensayo de Emilio Gancedo (León, 1977) titulado Palabras mayores. Un viaje por la memoria rural. Después de leerlo, he pensado que tendría que ser una lectura obligatoria en las escuelas e institutos para que los jóvenes de hoy vean cómo vivían sus antepasados rurales, si es que los tenían. Emilio es periodista cultural y ha escrito una novela titulada La brigada 22. En la actualidad, es Coordinador de Proyectos en el Instituto Leonés de Cultura.
El autor recorre todas la comunidades autónomas de España y a través de entrevistas con personas mayores (de ahí el título) que se han criado en ambientes rurales, crea un mosaico duro y tierno a la vez de la vida en el campo y en el mar. En muchas de las entrevistas asoma, no podía ser de otra manera, la presencia de la Guerra Civil y de la posguerra, que en la mayoría de los pueblos fue bastante difícil.
Desfilan por el libro peones agrícolas, pastores, pescadores, albañiles, etc. Todos, gente humilde que tuvo que abrirse paso en la vida a base de mucho trabajo y privaciones. Siempre es lícito quejarse y querer una vida cada vez mejor, pero leyendo las vidas de estas personas se da uno cuenta de la calidad de vida que tenemos todos ahora en general, ya vivamos en una ciudad o en un pueblo.
Leyendo este ensayo me ha venido a la mente los periodos de vacaciones de Navidad que pasaba en Sahagún con mis abuelos maternos, los paternos fallecieron antes de nacer yo. Mi abuelo gastaba un traje de pana marrón y una boina negra de la que no se separaba nunca. Me contó mi madre muchas veces que cuando ella era pequeña, tuvieron un rebaño de ovejas. Vendían la lana y la leche y sus hermanas mayores hacían un buen y sano queso. Ella no llegó a eso porque a mi abuelo le dio por desprenderse de las ovejas y comprar vacas por un problema que tuvo con unos pastos.
A mis padres les tocó ayudar en el campo y cuidar de los animales también, como a varios de los entrevistados en el libro. Mi madre me contó que una vez fue con las vacas al río y pasó mucho miedo pensando que alguna se le podía ahogar. Leía el libro y me iba acordando de muchas anécdotas que me han contado mis padres. Mi madre también repartía la leche de las vacas por las casas con una cantarilla para venderla. Mi padre trabajó en el campo con las viñas y los cereales. Los veranos eran muy duros: había que trillar, aventar, acarrear y un largo etcétera de trabajos hasta que el grano acababa en los almacenes. Noches de dormir al raso en el propio campo en el verano y en invierno ir a trabajar con un suculento almuerzo de higos con pimentón y un trago de orujo.
Muchas veces pienso en todos los cambios que ha vivido la generación de mis padres, desde la luz eléctrica por los pelos y un teléfono para todo el pueblo a la ciberconexión por internet. Un recorrido lleno de novedades y de mucho trabajo para que nosotros tuviéramos una vida mejor.