Dícese de aquella actitud que, partiendo de un arrebato de sinceridad, acaba con la autoinmolación de la persona que habla. Suele darse en un espacio público, rodeado de familiares, amigos o compañeros de trabajo; y los psicólogos asocian esa actitud con la figura del kamikaze social. No estamos ante un ataque de sinceridad, que puede ser una detonación controlada. Estamos hablando del derrumbe interior de alguien que no soporta más el peso que carga durante un tiempo prolongado. Hasta que deja de hacerlo.
¿Cuántos de nosotros aguantaríamos que las personas que nos rodearan fueran sinceras en nuestra relación? ¿Nos educan en la sinceridad? ¿La sinceridad tiene tan mala prensa como parece? ¿Por qué vivimos en una sociedad que castiga socialmente los actos “excesivamente” sinceros? En este último año hemos visto a infinidad de representantes públicos, políticos y técnicos del sector sanitario, en Catalunya, en España y en el mundo entero; tratando de hacer frente a la pandemia, pero sin olvidar el reto de afrontar la crisis de comunicación pública que se deriva de la propia pandemia.
¿Qué preferimos como ciudadanos? Que Fernando Simón, Salvador Illa, Alba Vergés o Josep Maria Argimon nos digan la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad acerca del día a día del Covid, sobre lo que nos está pasando, sobre lo que creen que nos va a seguir pasando. Técnicos y políticos de todos los estratos territoriales y administrativos tienen acceso a toda la información sobre la realidad de la pandemia. ¿Alguno de ellos se está atreviendo a hablarnos con sinceridad, a dirigirse a nosotros como sociedad adulta y responsable, dispuesta a asimilar esa carga de verdad? Si alguno de ellos lo hubiera hecho desde el primer día, ¿cuánto tiempo hubiera durado en su cargo?
Pocas personas en su sano juicio optan por el suicidio social a golpe de arrebatos de sinceridad. El sincericidio es doloroso, para quien lo protagoniza, y para quien recibe esa descarga imprevista de verdad. Así pues, mantengamos las formas. Sigamos con el difícil equilibro del orden establecido. Y no olvidemos que, posiblemente, si estuviéramos en la piel de Simón o Vergés, también optaríamos por evitar la vía del sincericidio. Seamos sinceros.