La felicidad

Acabo de conocer a José, un hombre de mediana edad que trabaja como operario de una fábrica de piezas mecánicas para la automoción y la aeronáutica. Trabaja en Riudecols, en Tarragona. Y es un hombre feliz. Bueno, él y los 360 compañeros de fábrica que compraron algún décimo del 72.897, el número premiado con el último Gordo de la Lotería de Navidad. Es un hombre que no deja de sonreír y confiesa que el lugar de trabajo es ahora un mar de miradas risueñas, que se cruzan de forma cómplice a diario: él y todos sus compañeros millonarios. “El dinero no da la felicidad, pero la felicidad que tienes cuando sabes que no te falta el dinero, eso no tiene precio”, es lo que me cuenta José.
“Yo antes tenía 3.000, 5.000 euros en el banco. Eso no es tener dinero”, añade. “Ahora veo la cuenta y tengo 600.000 euros y me río, porque no sé qué voy a hacer con tanto dinero”. Así vive José, un hombre que ya no tiene hipoteca, ni trampas de créditos ni compras aplazadas. Cuando llega el día 23 de cada mes no tiene que pensar en hacer horas extra en su fábrica para poder llegar a fin de mes. La lotería, un golpe de suerte, le ha cambiado la vida. Y a sus afortunados compañeros, también. Uno de ellos compró 7 décimos que repartió con toda su familia. Tres jóvenes de 25 años de edad han pedido una excedencia para darse una segunda oportunidad, para completar los estudios que nunca pudieron acabar.

En definitiva, me da la impresión de que esas personas han obtenido altísimas dosis de felicidad que administran día a día, después de ser afortunados con un suculento premio de lotería hace dos meses. Ahora son más libres que antes de aquel 22 de diciembre, viven sin la presión que tenían entonces. Igual la felicidad consiste en eso, no en tener grandes cantidades de dinero, si no lo suficiente como para poder sentirse libre y sin la presión que te angustia cuando no puedes llegar a fin de mes.