Cultura del esfuerzo

Por Antonio Fernández Carracedo

Desde hace tiempo, lo tenemos todo al alcance de un click a una velocidad abismal. Todo está ahí a nuestra disposición de manera inmediata, cómoda y asequible. Se promete que podemos ganar dinero rápidamente invirtiendo en valores que ni conocemos dónde están o incluso ser popular en las redes con muy poco trabajo. La experiencia dice que son falsos éxitos y que no suelen llegar de una manera tan cómoda. Buscamos esa recompensa rápida y si no la conseguimos, nos frustramos y señalamos culpables, casi nunca pensando que somos nosotros mismos.
Nuestra sociedad de bienestar está perdiendo esa cultura del esfuerzo que nos ha traído hasta aquí. Parece que hemos olvidado que la dedicación, sacrificio, tenacidad, constancia y perseverancia da sus frutos, más que merecidos. Existe la falsa idea que las metas se pueden conseguir sin mucho esfuerzo. El binomio dedicación-recompensa se está debilitando porque queremos el resultado sin dedicarnos con tesón a conseguirlo. El ser humano siempre tiende a aplicar la ley del mínimo esfuerzo, pero estos esfuerzos cada vez se miden más ante el supuesto resultado, se cuestiona si merece la pena y se centra más en los problemas y el sufrimiento que éste puede causarnos, llegando incluso a dejar de intentarlo, rindiéndonos antes de tiempo.
Por suerte, la orientación al logro está en los genes de todo ser humano. Sabe que la fuerza de la voluntad le ayuda a conseguir los objetivos, a afrontar las adversidades y a ser resilientes.

Lo más reconfortante es sentir la satisfacción personal de haber conseguido lo que deseabas gracias a la firmeza de perseguirlo y no dejarse vencer con la primera dificultad. Como dice el mítico golfista sudafricano Gary Player: “cuanto más entreno, más suerte tengo”. Sin duda, el éxito aún requiere mucho trabajo, una actitud positiva para no decaer y mucho tiempo de dedicación. El único lugar donde éxito va antes que trabajo es en el diccionario.


Si hacemos una interpretación macroeconómica, la cultura del esfuerzo es uno de los cimientos de la economía neoliberal. Sin duda, si te esfuerzas, serás recompensado, pero no siempre como quieres o como te han convencido. La desigualdad social no está directamente ligada con el esfuerzo. Que un país esté mal no quiere decir que su población no se esfuerce. Además del esfuerzo de cada individuo, se tienen que dar una serie de condiciones que generen un contexto para que todos esos esfuerzos individuales germinen en un bienestar social. La seguridad jurídica, estructuras políticas, la inversión en tecnología, en infraestructuras, la integridad física, la garantía de libertades e igualdad… determinarán que no es lo mismo esforzarse en un país que en otro. Por todo ello, a diferencia del punto de vista individual de vivir basándose en la cultura del esfuerzo, a nivel colectivo no siempre es una verdad absoluta.
Evidentemente, todos los conceptos evolucionan y, sin duda, la cultura del esfuerzo de antaño no será la que hay que aplicar ahora. Pero hay mucha desmotivación por no alcanzar esa satisfacción anhelada en el corto plazo. Nadie les ha dicho que es sencillamente imposible, de la misma forma que un árbol no se vuelve robusto en un año. Existe un problema de expectativas ligadas a una lucha diaria que no están dispuestos a mantener, donde solo se ambiciona el resultado y no se valora el camino a recorrer.
El secreto no es esforzarse porque sí. Todo lo contrario, es buscar el placer en esforzarse como hace cualquier deportista aficionado cuando va a una competición que sabes que no va a ganar, pero quiere superarse y ganarse a sí mismo. Esa es su motivación. Tenemos que recuperar la cultura del esfuerzo en una versión actualizada que ponga en el centro pequeños logros como principal motivador.

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