Confluencia de sueños

En la Pobla de Lillet hay un cine cerrado desde hace más de treinta años, del que apenas he obtenido información. Sé que comenzó a funcionar en 1911 y que para acceder había que pasar por un precioso puente de hierro. Está en una orilla del río Llobregat, del que toma su nombre, unos metros antes confluyen los ríos Llobregat, Arija y Rigatell, como metáfora de conjunción de sueños.
La Pobla es un pueblo de poco más de mil habitantes de la comarca barcelonesa del Berguedà, que ha conocido mejores épocas en su pasado minero. Iba allí con relativa frecuencia y siempre me fascinaba la visión del cine en la otra orilla del río.
Cerrado, polvoriento, silencioso, pero con la dignidad intacta a pesar de los años. Como el devenir de las personas guapas que tuvieron y retuvieron. Cuando me reencuentro con él, siempre me viene a la memoria la mítica película de Giuseppe Tornatore Cinema Paradiso, donde la música del maestro Ennio Morricone acrecentó, si cabe, la magia del film, cuya protagonista era la propia sala.
Una sala como la del cine de La Pobla y tantas otras que nutrieron nuestros sueños en una España triste, durante una posguerra que ninguno merecíamos. En su oscuridad, soñábamos con paraísos que nunca alcanzábamos, pero despertábamos sin una novia como Marilyn Monroe.

¿Qué tipo de belleza podría ser?
Viendo una puesta de sol me asalta la duda de qué tipo de belleza podría ser. ¿Puede tener alguna relación con el Moisés de Miguel Ángel?, por ejemplo.
Recuerdo, entonces, que para aclarar la percepción sobre la belleza se han suscitado debates en épocas de la historia y que, incluso, han terciado los filósofos.
Así, podemos percibir que un objeto guarda un orden y unas proporciones perfectas, o sea, «es bello por sí mismo». Tengo entendido que Platón decía que esa era una belleza «objetiva». La cuestión puede complicarse, y pensar que un objeto es bello porque así nos lo dicta nuestra sensibilidad y formación. Aristóteles nos indica que esa era la belleza «subjetiva». Pero esos postulados no me aclaran demasiado y no sabría dónde englobar mi crepúsculo, donde predominan el equilibrio y una armonía ideal. Es para mí, belleza subjetiva y objetiva a la vez. Entonces vuelvo al punto de partida de mi pregunta y llego a la conclusión de que, tal vez, llegado el momento, lo mejor sería dirigir mi mirada al ocaso y aplaudir los últimos rayos del día.
Al fin y al cabo, Santiago Rusiñol y sus amigos del Cau Ferrat solían hacerlo en Sitges.