Gonzalo y la Navidad

Llega la Navidad, la segunda sin su madre. Gonzalo recuerda todas las Navidades que pasó con ella, sobre todo cuando era un crío y las pasaban en el pueblo. Aquellos apasionantes viajes en tren en los que recorrían todo el norte de la península. Lo primero que hacía Gonzalo, una vez subido el equipaje al departamento, era mirar las fotos que adornaban la pared que había encima de los respaldos de los asientos, eran en blanco y negro y tenían paisajes de ciudades y pueblos de España.
Al expreso que les llevaba de Barcelona al pueblo y llegaba hasta Galicia le llamaban el Shanghai. Esto se debía a que en los años 50 era muy popular la película Shanghai Express y un ferroviario gallego anunció el tren con ese nombre y los ferroviarios de las estaciones le siguieron el juego, y así se quedó con el mote.
Cuando faltaba poco para llegar, Gonzalo ayudaba a bajar el equipaje a su padre y lo llevaban hasta la plataforma. Cuando se oía un puente de hierro, el tren tomaba una curva amplia y empezaban a verse las primeras casas del pueblo.
Subían a casa de los abuelos maternos y, en ese momento, empezaba la Navidad para él. Su tío Fermín tenía una relojería y cuando bajaban de casa de sus abuelos, que estaba en las afueras, siempre pasaban por allí y después se iba con sus primos a vivir aventuras rodeados por el frío. El día de la Cabalgata de Reyes iban corriendo entre la nieve a recoger los caramelos y el carbón. Después ya sabía Gonzalo que le quedaban pocos días para volver a Castelldefels, al colegio y a la rutina diaria.
La última vez que fue en Navidad a Sahagún tenía catorce años. Pero Gonzalo recuerda las primeras Navidades de su vida con un cariño especial.
La cocina de su abuela tenía una chimenea y él la observaba cuando ella la preparaba poniendo las cepas y una capa de paja encima. Cuando ya habían ardido un rato y empezaban a hacer brasas, su abuela colocaba las trébedes con las cazuelas y pucheros para hacer el cocido, que era lo que se comía entre semana. Gonzalo quería mucho a su abuela. Tenía el pelo blanco que cubría con un pañuelo y siempre iba vestida de negro. Como tuvieron que extirparle un ojo por una enfermedad, le daba algo de miedo mirarle ese ojo que no tenía, pero al final se fue acostumbrando y el gran cariño que le tenía le hizo perder el miedo. Su abuelo falleció cuando él tenía siete años, pero siempre recuerda que le gustaba acariciar sus trajes de pana de color pardo y cuando se sentaba en sus rodillas para comer con él membrillo de unas latas metálicas grandes con ilustraciones.
Gonzalo siempre relaciona la Navidad con el pueblo de sus padres y de sus abuelos a pesar de que han pasado ya tantos años. No había árboles de Navidad ni belenes, pero la numerosa familia reunida comiendo unos humildes garbanzos le han quedado como la más hermosa imagen del espíritu navideño.