Una sala de cine es un buen sitio para abrir el apetito, basta con ver una de esas películas en las que se preparan platos exquisitos servidos con una fotografía perfecta y con todo lujo de detalles y en pantalla grande. Puesto que comemos tanto por los ojos como por la boca (los del súper lo saben muy bien), el placer está servido.
Los cocineros, ahora hablamos del chef, se han convertido en personajes mediáticos (principalmente en la televisión) y en verdaderas estrellas de los medios, no hay duda. El cine siempre ha tenido su parte gastronómica y ha reflejado los fogones y sus exquisitos resultados de maneras diferentes, por poner algunos ejemplos: la metáfora social de “La gran comilona”, de Marco Ferreri (1973); el preciosismo sensual y embriagador de “El festín de Babette” (Gabriel Axel, 1987); el barroquismo inclasificable de Peter Greenaway alrededor de la comida, el sexo y el poder en “El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante” (1989); la apasionada historia de amor entre olores y sabores de cocina mexicana de “Como agua para chocolate” (Alfonso Arau, 1992); la agridulce comedia sobre la vida de “Comer, beber, amar” (Ang Lee, 1994) o el placer de despertar instintos escondidos a base de delicias de chocolate en la dulcísima “Chocolat” (Lasse Hallström, 2000), son buenos ejemplos de cintas producidas el siglo pasado.
En el nuevo siglo la cosa no ha ido a menos y encontramos buenos ejemplos de cine y gastronomía con variados enfoques: en tono de comedia sentimental en “Deliciosa Martha” (Sandra Nettelbeck, 2001); en formato de animación en “Ratatouille” (Brad Bird, 2007); como cuento zen frágil y melancólico en “Una pastelería en Tokio” (Naomi Kawase, 2015); como indagación personal e histórica en la fallida “El cocinero de los últimos deseos” (Yōjirō Takita, 2017); en la quijotesca, distópica y alegórica “El hoyo” (Galder Gaztelu-Urrutia, 2019) o en forma de wéstern insólito y delicada oda a la amistad en la genial “First cow” (Kelly Reichardt, 2019).
Viene todo esto a cuento porque a la hora de escribir estas líneas todavía pueden verse en carteleras y plataformas tres películas que se ajustan a este género tan visual y apetecible:
“Pan de limón con semillas de amapola” es la adaptación que Benito Zambrano ha hecho de la novela de Cristina Campos en la que narra la historia de una herencia, de un pasado y de las relaciones familiares envenenadas. Una propuesta de mundo de mujeres y futuro en femenino alrededor de una panadería en la isla de Mallorca. Podría haber dado mucho más de sí, quizás le falte un punto de pasión y densidad, pero se ve con gusto.
“Hierve” es una cinta filmada en un solo plano secuencia con un excelente Stephen Graham que carga con todo el peso de la película. Nos habla de las personas, sus circunstancias y sus relaciones en la noche de mayor ocupación de un restaurante londinense. Muy interesante. Dirige Philip Barantini (al que parecen interesarle muy poco los platos en sí, a pesar de ser chef) y puede verse en Filmin.
“Delicioso” es la historia (ficticia, claro) del primer restaurante moderno; la historia de un cocinero de la corte que es repudiado por utilizar en sus platos un vulgar tubérculo como la patata. La película, con un tono de fábula de colores preciosos y composiciones cuidadas, pretende ser la metáfora de un cambio (se desarrolla días antes de la Revolución Francesa) y un canto a la igualdad social y el fin de las clases sociales. Dirige Eric Besnard, que la condimenta con un poquito de todo: sátira, humor, romance, intriga…, pero sin forzar nunca los sabores, para todos los gustos.
Pues eso, buen cine, buen año y buen provecho.