Parece que fue ayer cuando el euro pasó a formar parte de nuestras vidas cotidianas, y ya han pasado veinte años. En enero del 2002, doce países daban la bienvenida al euro y se despedían de sus propias monedas con tanta nostalgia como interrogantes. No somos conscientes, pero fue la primera vez en la historia de la humanidad que se pasó de doce monedas a una sola. Si bien para ser exactos, el euro no era una divisa totalmente nueva. Llevaba tres años utilizándose en el mercado internacional, sobre todo se utilizaba para transferencias.
Fue la época de las eurocalculadoras que regalaban los bancos para poder calcular las 166,386 pesetas que valía un euro. Todos nos preguntábamos a quién se le habría ocurrido esa diabólica conversión que nos complicó mucho los primeros meses. La regla nemotécnica era clara sesenta céntimos eran cien pesetas y seis euros eran mil pesetas. A partir de ahí, había que acostumbrarse, no había otra opción y cada uno hacía los cálculos como podía. Solamente las personas mayores sabían contar los céntimos, así que la mayoría rápidamente se pasó al famoso “redondeo”, creando una inflación silenciosa y, en cuanto te dabas cuenta, no tan aceptada.
La implantación del euro fue la guinda del pastel que habían soñado los fundadores de la unificación del continente y que reafirmó el proyecto de la Unión Europea. Pero no siempre ha sido un camino tan estable como puede parecer a simple vista. Su cotización tuvo altibajos respecto a la divisa más importante del mundo, el dólar. Con mínimo histórico de 0,82 a los dos años de su creación en el 2000 y un máximo cuando alcanzó los 1,6 dólares a mitad del 2008, casi el doble. La parte más positiva es que el euro puso de nuevo en el escenario económico mundial a los países del viejo continente con una moneda común. Era la única manera de volver a ser influyente ante las grandes economías americana y china. De hecho, desde bastantes hace años, el euro se ha posicionado como la segunda moneda a escala internacional con todo lo que ello conlleva.
Para la gran mayoría de los economistas la implantación del euro ha sido un magnífico logro, aunque no es menos cierto que algunos países se han beneficiado más que otros. Como ejemplo, todos renunciaron a poder fluctuar sus tipos de cambio, y así poder incrementar su competitividad y facilitar exportación de sus productos. Esto ha perjudicado mucho a algunos países creando grandes diferencias dentro de la misma zona euro. Y no es nada fácil porque, a pesar de la existencia de un sólido respaldo a la moneda única con muy pocos partidos frontalmente en contra, existen múltiples intereses de los estados miembros, sus instituciones y las velocidades de las diferentes economías que hay que hacer converger. El euro ha pasado grandes pruebas como la crisis financiera mundial del 2008, la deuda soberana, el Brexit y la pandemia actual, que han dado más sentido a la unidad europea pero que, a la vez, ponen de manifiesto grandes problemáticas de base no solucionadas, como las reglas respecto a niveles de deuda y déficit que perjudican a muchos países y donde se denota una falta latente de solidaridad. Ahora bien, parece que finalmente se atenuará porque, por primera vez en la historia, se está creando el fondo de reconstrucción Next Generation donde todos los países de la UE están asumiendo deudas de las que son responsables solidariamente. Ojalá sea un paso para la anhelada integración económica.
Sin duda, el euro sigue siendo lo más tangible de ser europeo. Hoy en día circula en diecinueve países y lo utilizan trescientos cuarenta millones de personas. El euro es una moneda muy joven y a la vez muy importante, sin embargo, le queda mucho por hacer. Tendremos que seguir trabajando para garantizar la prosperidad de una Europa más cohesionada e igualitaria que se mantenga como interlocutor clave en la economía mundial.
Feliz Cumpleaños €uro.