Economía de Guerra

Nunca pensé que en pleno siglo XXI, con todos los avances tecnológicos y empresariales que están surgiendo en las últimas dos décadas, y sobre todo, en este preciso momento que estábamos casi saliendo de una terrible pandemia que ha tenido en vilo al mundo durante dos años, tuviese que escribir un artículo sobre cómo nos puede afectar una guerra en nuestra economía personal. Si bien es cierto que actualmente existe el absurdo de sesenta y cinco guerras activas en todo el planeta, es la ofensiva de Rusia a Ucrania la que está angustiando al mundo porque de alguna forma se está enfrentando a la Unión Europea, la OTAN y Estados Unidos.
Un conflicto bélico siempre tiene consecuencias realmente desastrosas, con miles de fallecidos, irremediables dramas humanos y tremendas secuelas económicas que afectarán a todos los países. Y lo peor de todo, en una economía globalizada nadie se salva.
Aunque la dimensión de los efectos de una guerra es incierta y es verdad que nosotros no tenemos una gran dependencia de la energía rusa, la primera consecuencia será un crecimiento menor de nuestra economía. Se reduce el comercio internacional, faltan insumos, no hay expectativas empresariales positivas en el corto plazo, el precio del dinero sube, todo se encarece, en definitiva, viviremos una ralentización de la economía. De hecho, como efecto inmediato, este mes hemos tenido un récord de inflación. Pero lo más importante es que no se perpetúe esa inflación. Esperemos que el Banco Central Europeo y los gobiernos europeos utilicen mecanismos de control de la hiperinflación, en caso contrario, nos paralizaríamos. Todos los expertos auguran datos muy negativos de inflación que no será fácil sobrellevar.
A nivel de consumo real, las subidas de los precios de la energía, y más concretamente de los carburantes, alcanzando cifras estratosféricas en las gasolineras presionarán al transporte de mercancías y éste a la vez repercutirá en los precios finales de los bienes de consumo o se provocará desabastecimiento. En transporte personal posiblemente la única solución a corto plazo sea cambiar esos hábitos que teníamos en el uso del coche particular y que nunca nos cuestionábamos. Deberemos replanteárnoslos reduciendo su uso a trayectos imprescindibles, volver al transporte público o, incluso, compartir viajes como antaño. Sin duda, será un gran empujón a la movilidad compartida de patinetes, bicicletas, motos eléctricas que la economía colaborativa lleva tiempo promocionando con normativa e infraestructuras sobre todo en las ciudades.
No se nos escapa que toda guerra tiene una lectura en clave económica. Siempre existen unos costes explícitos ligados a la movilización de todo un aparato militar creado para ese fin, la venta de armamento, el desarrollo de nuevas tecnologías y, finalmente, la ingente inversión en la reconstrucción de todo lo devastado. Pero la incertidumbre que genera también tiene unos costes implícitos, es decir, unos costes que existen pero que están ocultos, como pueden ser los usos alternativos que se le podrían dar a todas esas inversiones enfocados a otros fines mucho más necesarios para crear riqueza para la población y que un conflicto bélico entierra por décadas.
Desgraciadamente, estamos hundidos en lo que nunca debió pasar. Nadie saldrá indemne de esta guerra y el homo economicus es consciente de que no tiene escapatoria. Le convendrá buscar soluciones mágicas para estirar el mismo salario afrontando todas esas subidas que no parecen tener fin, aplicando la máxima racionalidad en todas sus decisiones de consumo.