Hay un país que se resiste al cambio, que no se siente interpelado jamás por la inercia histórica de la evolución humana. En España es de sobras conocidas esa vieja tradición de una parte de la sociedad a encerrarse hacia dentro, a obstaculizar cualquier cambio social que suponga abandonar el modo tradicional de vida conocido hasta entonces.
En los primeros años de la transición nuestros padres ya sufrieron el intento de frenazo social de los más resistentes al cambio. Cuando se aprobó la ley del divorcio en 1981 hubo quien interpretó que, a partir de aquel momento, se abría una vía peligrosísima que podía acabar con la institución sacrosanta del matrimonio para toda la vida. Hubo entonces que calmar los ánimos de esos hooligans del inmovilismo explicándoles que nadie les iba a obligar a divorciarse si no querían. Luego, curiosamente, muchos de aquellos resistentes al cambio fueron los primeros en probar las bondades de la ley del divorcio. En 1985 llegó la ley del aborto, que contempló un marco legal razonable, lógico y civilizado para todas aquellas mujeres que, ajustándose a los requisitos legales existentes, pudieran interrumpir su embarazo sin poner en riesgo su vida ni teniendo que volar a otro país para someterse al aborto lejos de nuestras miradas. También entonces hubo quien vio en esa ley la mayor amenaza contra la vida humana. La sombra de un nuevo apocalipsis se volvió a cernir sobre nuestras cabezas; de nuevo sin efecto real. Ninguno de los males que se anunciaron llegaron a hacerse realidad.
El matrimonio entre homosexuales es legal en España desde la entrada en vigor de la ley en el año 2005. También entonces hubo quien montó en cólera porque no se podían comparar “las peras con las manzanas”. “Que no lo llamen matrimonio”, gritaban desesperados en sus aquelarres callejeros en aquellos días. Solo tuvieron que pasar unos pocos meses para que desapareciera en España el eco de la berrea social ante aquella “perversión legal” que podía volver a amenazar la vigencia de la sacrosanta institución del matrimonio “como Dios manda”.
Ahora los agoreros amantes de la hipérbole y el drama político y social llevan meses alertando de los peligros que traerán consigo reformas legales como la ley que reconoce derechos para la población transexual o la ley de garantía integral de la libertad sexual. Ambas son normas que actualizan el disco duro legal de la sociedad al momento presente, al año 2022.
Es la evolución, señoras y señores. Siempre fue así. Y así seguirá siendo, mal que les pese a quienes continúen resistiéndose a los avances sociales.