El hombre que camina, esta vez no camina sobre el áspero asfalto ni cruza puentes sobre vías ni autopistas. El hombre que camina, esta vez lo hace a través del asfalto de la memoria y de los puentes de la mente que conectan el presente con el pasado.
El hombre que camina recuerda otras Navidades, recuerda aquellos villancicos que cantaban con el Sr. Pedro en la Academia y cómo los niños desafinaban, pero con esa alegría que daba la proximidad de las vacaciones y de las fiestas que se avecinaban.
Él cantaba los villancicos y pensaba que el día 21 de diciembre se iría con su familia al pueblo y podría estar con su abuela, con sus tíos y primos, como cada Navidad. Y soñaba con que nevara para poder jugar a bolazos y hacer un gran muñeco de nieve.
El encargado de preparar las maletas era su padre, su madre le iba dando la ropa y él la doblaba cuidadosamente para que ocupara menos espacio y se arrugara lo menos posible.
Días antes habían ido a comprar el Kilométrico, que era un librito azul con las letras doradas del anagrama de Renfe. Se adquirían un número de kilómetros y, cuando ibas de viaje, el funcionario de la estación anotaba los kilómetros y te los iba descontando hasta que se agotaba como si fuera una libreta de ahorros.El día de la partida era lo más emocionante. Iban en el tren de cercanías hasta la Estación de Francia (o Barcelona Término) y allí enlazaban con el expreso de La Coruña y Vigo, conocido popularmente como el Shanghái. Un ferroviario monfortino le puso ese nombre inspirado en la película de Marlene Dietrich Shanghai Express. El muchacho intentaba usar de sus escasas fuerzas para ayudar a su padre a subir las maletas al tren.Una vez los bultos en la plataforma, llegaba el momento de buscar el departamento donde iban a pasar cerca de dieciséis horas (atrasos aparte) cruzando la piel de toro de este a oeste y recorriendo unos ochocientos ochenta kilómetros aproximadamente. Primero. había que subir las maletas y el bolso con la comida en los estantes cercanos al techo y, después, ya acomodarse.
El departamento constaba de dos filas de asientos de escay que estaban de frente, en cada fila cabían cuatro personas. En las paredes había unas fotos en blanco y negro con paisajes. El muchacho, lo primero que hacía, era mirar las fotos antes de que se llenara de gente. Siempre intentaba ponerse junto a la ventana. En esa pared había unos grandes ceniceros metálicos de color dorado adosados a la pared y una mesita pequeña que había que desplegar tirando hacia delante y hacia arriba.
El muchacho que ahora es el hombre que camina sonreía emocionado cuando veía al Jefe de Estación con su gorra azul y su banderita roja dar la salida al tren. Entonces escuchaba pitar el tren, sentía en su cuerpo los primeros traqueteos y veía cómo el andén se iba deslizando hacia atrás…