Autor Felipe Sérvulo
El 12 de abril pasado recibí una llamada de un número que no conocía. Desde el otro lado de la línea, una voz de mujer con un precioso acento latino que no supe localizar me dijo que era la hija mayor del escritor Julio Gálvez Barraza, un antiguo y querido amigo mío.
Me indicó que su padre había tenido un accidente cardiovascular y que se encontraba muy grave, Alejandra, que así se llama la muchacha, me informó de que estaba inconsciente y que los doctores daban muy pocas esperanzas de que pudiera recuperarse.
El 14 de abril fue el 92º aniversario de la proclamación de la Segunda República Española. En un acto organizado en Castelldefels, ciudad donde vivió Julio desde 1973 a 1995, se conmemoró la instauración de dicho régimen en sustitución de la monarquía personificada por Alfonso XIII, los participantes le recordamos a él e hicimos votos para su pronta recuperación.
En la época que estuvo en esta ciudad participó de una forma significativa en los movimientos ciudadanos de los últimos años del franquismo, la Transición y los posteriores de la democracia. Por su actividad, junto a su esposa Maggie, llegaron a ser muy apreciados debido al compromiso social de ambos en un tiempo estimulante e irrepetible.
En Castelldefels comenzó su reconocimiento como escritor al obtener el primer premio «Sant Jordi» en 2004 de narrativa en castellano, por su cuento Los muertos no se venden, que le llevaría, posteriormente, a ser una de las personas que más y mejor han investigado en Neruda y sobre la relación del poeta con España.
En sus obras, con las que ha alcanzado prestigiosos premios, Julio, relata los inicios de la amistad de Neruda con Rafael Alberti, su residencia en España antes de la guerra civil, sus actividades en Francia en pro de la república, sus relaciones con Miguel Hernández y con otros poetas coetáneos, incluye, así mismo, datos del poco estudiado exilio republicano español a Chile, recogiendo en muchos casos, el testimonio directo de los protagonistas, sin olvidar su importante contribución al rescate de la memoria de la odisea del Winnipeg, recreando el clima de la época con una prosa limpia, que hace que la obra se lea con agrado.
Hace unos meses me llamó Julio y me comentó que estaba a punto de publicar una nueva obra titulada Otoño en Peñaflor y otros relatos, en la prestigiosa editorial Renacimiento, en su colección Los cuatro vientos. En la conversación que tuve con Julio, al despedirse me dijo: «Si me haces una reseña del libro, será muy bien recibida». A los pocos días después, me llegó el libro.
El 24 de abril, Alejandra, entre lágrimas, me dijo: «Felipe, mi papá ha fallecido».
No llegué a hacerle la reseña, pues dejas pasar los días y te encuentras con la inexcusable e inesperada cita de la muerte, que no avisa. Reseña que le prometí y no cumplí, a Julio, de un libro en el que la amistad, el dolor del exilio, la solidaridad, la nostalgia, la poesía y el amor a España están en cada una de sus páginas.